No había agua en la selva de los chocoes. Dios supo que la hormiga tenía, y
se la pidió. Ella no quiso escucharlo. Dios le apretó la cintura, que quedó finita para
siempre, y la hormiga echó el agua que guardaba en el buche.
—Ahora me dirás de dónde la sacaste.
La hormiga condujo a Dios hacia un árbol que no tenía nada de raro.
Cuatro días y cuatro noches estuvieron trabajando las ranas y los hombres, a
golpes de hacha, pero el árbol no caía del todo. Una liana impedía que tocara la
tierra.
Dios mandó al tucán:
—Córtala.
El tucán no pudo, y por eso fue condenado a comer los frutos enteros.
El guacamayo cortó la liana, con su pico duro y afilado.
Cuando el árbol del agua se desplomó, del tronco nació la mar y de las ramas,
los ríos.
Toda el agua era dulce. Fue el Diablo quien anduvo echando puñados de sal.
Memoria del fuego I Los nacimientos